Una historia de acoso digital
Imagina que terminan una relación.
Pero ¿y si la otra persona no acepta ese final?
¿Qué harían si, de repente, su teléfono no dejara de sonar?
Llamadas, mensajes, números ocultos, notificaciones de redes sociales.
¿Qué harían si, después de bloquear a alguien, esa persona crea cuentas falsas solo para seguir hablándoles?
Eso fue exactamente lo que le pasó a Laura. 30 años. Empresaria.
Las primeras llamadas fueron casi normales. Insistentes, sí. Aún dentro de lo que muchos consideran «esperable». Luego vino lo otro. Los mensajes, docenas y más tarde cientos, 500 en total.
Díganme algo ¿alguna vez han sentido que alguien no los deja en paz? Que por más que bloqueen, ignoren, se alejen, esa persona sigue ahí. Como una sombra que no se va.
Eso sintió Laura. Miedo. Y aquí es donde la historia deja de ser solo molesta convirtiéndose en algo peligroso. Pues el acoso no siempre empieza con un golpe ni con una amenaza específica. A veces comienza con un mensaje. Con una llamada a las tres de la mañana. Con un «solo quiero hablar contigo» o un «¿por qué no me contestas?».
Así que Laura hizo lo que cualquiera de nosotros haría.
Pidió ayuda.
¡Denunciado! Porque el Código Penal establece que el acoso digital —el stalking— es un delito.
El juez le dio la razón.
Se dictó una orden de alejamiento.
Andrés no podía acercarse a ella ni contactarla de ninguna manera.
Ahora viene lo sorprendente. En segunda instancia, Andrés fue absuelto.
El tribunal argumentó que no había suficientes pruebas de que su conducta hubiera sido lo suficientemente grave como para considerarlo un delito.
¿Se imagina lo que sintió Laura?
Había hecho lo correcto. Había denunciado. Había seguido todos los pasos. Y, aun así, la justicia no vio peligro en lo que estaba pasando.
Pero la historia no termina ahí.
El caso llegó al Tribunal Supremo y ahí se hizo justicia.
El Supremo determina que el acoso digital es violencia psicológica.
Porque no es necesario que una persona sienta miedo de morir para que se reconozca que ha sido víctima. Basta con que su vida haya sido alterada de manera grave.
El Tribunal Supremo revocó la absolución y condenó a Andrés.
Siete meses y medio de prisión.
Prohibición de acercarse a Laura.
Este caso nos deja una enseñanza clara: “El acoso digital no es un juego”.
Si alguna vez siente que alguien no los deja en paz, si siente que su libertad está siendo amenazada, no lo minimicen.
Porque la ley sí protege. Porque la justicia, aunque a veces tarde, puede hacer valer nuestros derechos.
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